domingo, 18 de septiembre de 2011

El dependiente, Bernard Malamud

Frank Alpine, el dependiente de la tienda de comestibles, nos muestra cómo desperdiciar la vida y perder el trabajo, y acto seguido cómo salvar un negocio, recuperar un amor y recomenzar el ciclo.

 
A veces en la vida, enfrentado a crisis o situaciones límite que nos hacen sufrir, uno se pregunta el por qué de lo que le está ocurriendo, y se siente impotente ante lo que considera un injusto destino y resentido por lo tanto más verde del pasto del vecino. Sin embargo, la vida tiene muchas vueltas y lo recomendable es la paciencia para enfrentar la adversidad presente que, como todo, habrá de pasar. Así lo entiende la sabiduría china y lo decreta mediante el conocido refrán popular que aconseja sentarse a la puerta de la casa a esperar ver pasar el cadáver del enemigo. Este es un concepto duro, incómodo - pero no por eso menos cierto – pues nos revela como seres envidiosos de la fortuna ajena y deseosos de venganza, en la mayoría de los casos no por nuestra propia mano sino por la del destino, la misma que transforma al enemigo del que sabe esperar en un cadáver.

Sentimientos como estos son comunes en comerciantes de barrio que viven comparándose con otros y sufriendo por el éxito de sus conocidos más cercanos. Tal es el predicamento del judío Morris Bober, dueño de la tienda de comestibles quien a medida que envejece, agriado con la vida por la muerte de su hijo Ephraim y por su eterna mala suerte, se descubre no sólo envidiando la mejor fortuna de su paisano Julius Karp sino que incluso queriéndole mal: "Durante años el tendero había logrado evitar sentir resentimiento por la buena suerte de ese hombre, pero últimamente se había sorprendido a sí mismo deseándole alguna pequeña desgracia". Para Morris, sin embargo, la vida da una vuelta y hace que una cosa se transforme en otra y aún todavía en otra, dejándonos la duda de si el cadáver del refrán es el del enemigo o el propio.