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miércoles, 24 de agosto de 2011

Las garras del niño inútil, Luis Mey

Este libro podría ser considerado como un antimanual para padres. Es decir, contiene todo lo que no debe hacer si quiere ser padre o madre. Por ejemplo, si es usted una persona resentida con la vida por lo que considera injusticias que ésta le infligió desde chico, esta novela le detallará los efectos de desquitarse con sus hijos por la rabia y frustración que eso le produce. Leyéndola podrá concluir que si usted es un padre que “creció mal”, como nos informa Maxi, protagonista y relator de la historia, respecto al suyo, en vez de emprenderlas a los golpes con uno de sus hijos, mejor adquiera un puching ball. De esa manera evitará coartar el desarrollo de su hijo dejándolo apocado, sus expectativas de éxito en la vida truncadas y con la vista perennemente clavada en el suelo, como una avestruz. Igualmente, podrá concluir que si necesita sentirse superior a alguien y darle un bálsamo a su alicaída auto valoración, en vez de burlarse de una de sus hijas, mofándose inmisericordemente de su incipiente gordura y tornándola bulímica, vaya mejor al circo a reírse de los payasos. Si a todo lo anterior le agrega abuso de lenguaje, de alcohol y tabaco, y de largas horas frente al televisor, entonces el antimanual para padres estará completo.

No se nos dice explícitamente en el libro, pero a juzgar por lo vívido del relato es muy probable que tenga éste un alto contenido autobiográfico. Es una familia argentina de siete miembros, papá, mamá y cinco hermanos - tres mujeres y dos hombres - más algunos perros. Ninguno se escapa de la violencia y ofensas del padre, borrachín y pendenciero, eterno desempleado y rabioso ignorante: “...todo lo que no sabe, todo lo que ignora, sin discriminar, lo enfurece”. Cuando no está golpeando a Martín, el hijo que más recibe, está burlándose de la gordita Guillermina, la hermana menor. Tiene también el padre la irritante costumbre – o técnica de intimidación - de murmurar por detrás, en soliloquio, pero con un volumen de voz que le asegura todos escuchen y se mantengan con los nervios de punta: “`Esta familia hija de puta’, murmura alto, como quien quiere ser escuchado, sin que sepan que quiso ser escuchado”. La mamá también lo pasa mal pero en vez de proteger a sus hijos, en muchas ocasiones toma partido por su marido, justificándolo en el maltrato. Y todo a los gritos, retumbando por la casa y alterando el buen vivir tanto de la familia como del vecindario. Los familiares cercanos, vecinos y prospectos amigos, precavidos de la situación, toman distancia y los dejan a su suerte: “En casa…estamos solos, todos contra todos y todos contra el mundo”.

miércoles, 29 de junio de 2011

Los tigres son más hermosos, Jean Rhys

El título tan sugerente de este libro nos genera expectativas e induce a su lectura, máxime si su autora es la bien conocida Jean Rhys – cuya obra principal es la novela “El ancho mar de los Sargazos” – escritora de raíces caribeñas con sangre mitad criolla, mitad inglesa. Su historia de vida está ligada al colonialismo inglés del siglo XIX, cuando aún Dominica, su país de nacimiento, era una colonia británica. De padre galés y madre dominicana, Rhys luchó para encontrar su espacio en la vida pues al ser mestiza sufrió la discriminación de los que no son de aquí ni son de allá, lo que queda reflejado vivamente en los ocho relatos que componen este volumen.

Lo primero que nos impacta al leer estos cuentos es la fatalidad de las vidas de las protagonistas, quienes se debaten entre el optimismo de sus energías juveniles y la evidencia palpable del fracaso cotidiano, el cual, al ser permanente, trastoca optimismo en pesimismo. Para quien conoce la vida real de la autora, sabrá que todos estos relatos, cual más cual menos, describen episodios que ella vivió en sus primeros años de vida en tierras originarias y ya como una jovencita en las tierras de sus colonizadores ingleses, a donde emigró. Efectivamente Rhys habitó en Las Antillas inglesas hasta alrededor de los dieciséis años, viajando después a Europa donde intentó asimilarse a la vida londinense sin mucho éxito. De las experiencias desventuradas vividas en este período tratan la mayoría de estas historias.

Telón de fondo en todos los relatos es la aguda sensación de inadaptación social que sintió en vida la escritora, pues los ingleses de tomo y lomo practicaban un menosprecio despiadado a quien no lo era, tachándola de “horrible criatura de las colonias”. Esta actitud discriminatoria desencadena en la autora una violenta animadversión a todo lo inglés, personificado por la ciudad de Londres, y que es tangible en los textos: “Fue Eddie el primero que me contagió las dudas sobre “la patria”, es decir, Inglaterra. Se quedaba siempre muy callado cuando otros que nunca la habían visto elogiaban sus encantos y hablaban con grandes ademanes de Londres”. O bien: “No me vengan con cuentos sobre Londres. Hay mucha gente en Londres con el corazón como una piedra”. Y más categórico aún: “Londres huele siempre igual. Apesta, piensas, pero me alegro de haber regresado. Y durante un rato te infunde ánimos. Puede ocurrir cualquier cosa a la vuelta de la esquina, piensas. Pero mucho antes de que llegues a la esquina ya te has desanimado.”