miércoles, 6 de julio de 2011

Servidumbre humana, W. Somerset Maugham

“Entonces comprendió que lo normal era la cosa más rara del mundo. Todos tenían algún defecto, del cuerpo o de la mente. Pensaba en todas las personas que había conocido y los vio en una larga procesión, algunos con deformaciones físicas y otros con la mente torcida, algunos con enfermedades de la carne y otros con el alma enferma. Sintió una infinita compasión por todos ellos y los contempló como las víctimas impotentes de una insensata casualidad”. Esta es la reflexión que, endosada por el autor del libro al protagonista, refleja el trasfondo conceptual que traspasa la obra y le sirve para explicar tanta miseria humana con la que lo enfrenta a lo largo de la trama y quizás, podría uno elucubrar, también la suya propia. Si pensamos en el ser humano como un sujeto afincado en cuatro pilares fundamentales, el cuerpo, representado por lo material o físico; el alma, por lo espiritual, lo moral o anímico; la mente, por lo racional o intelectual; y el corazón, por lo emocional o pasional, entonces cualquier defecto en uno de ellos, desbalanceará al poseedor de tal falla y lo hará cojear y tambalearse por la vida cual mesa con una pata más corta que las otras tres.

Philip, el muchacho al cual la historia sigue desde niño, cuando ya huérfano de padre, pierde a su madre víctima de un mal parto, y hasta la madurez de los treinta, edad en la que hace la reflexión con la que parte esta reseña, es el vehículo del que se vale Somerset Maugham para mostrarnos las penurias con las que debe enfrentarse un ser humano con uno de sus pilares fundamentales deficitario o mal compensado. En efecto, quiso el destino, la mala fortuna, o para quienes somos creyentes, la voluntad de Dios, que Philip naciera con un feo defecto físico consistente en un pie deforme que provoca cojera al caminar e imposibilita para realizar cualquier deporte e incluso bailar. Este tipo de deformidades cuando son socorridas por una madre amante, por un entorno familiar empático y un ambiente social comprensivo, tienen un buen pronóstico de superación y por ende no afectan el equilibrio vital. Pero no es el caso de Philip quien, al quedar huérfano de padre y madre en sus primeros años de vida, es asumido a regañadientes en la casa de sus tíos, él un escrupuloso pastor anglicano, impositivo y petulante, y ella una mujer frígida de sentimientos y sometida al arbitrio con desamor de su marido.


En estas amargas circunstancias el defecto físico de Philip se transforma para él en una omnipresente maldición que lo desbalancea como persona, dificultándole su desarrollo e integración al mundo y lo hace sufrir horrores. Esta tesis de que las circunstancias de vida ayudan o entorpecen la superación de una invalidez, podría darse por avalada por el autor mediante el pasaje en que Philip, practicante de médico, debe atender a un niño con su misma deformidad en el pie pero con padres presentes. Traído al hospital por sus padres, el niño pareciera no darle ninguna importancia a su pie deforme, lo que intriga profundamente a Philip: "Lo miró con curiosidad. Era un muchacho alegre, para nada tímido sino hablador y con una desfachatez que su padre reprobaba. El muchacho le dijo a Philip: ‘Es sólo por el aspecto de la cosa, sabes, pues no me causa ningún problema’. Philip no podía entender que el muchacho no sintiera nada de la humillación que a él siempre lo había oprimido. Se preguntó por qué no podía tomar su propia deformidad con esa misma filosófica indiferencia”.

¿Cómo afecta la deformidad física de Philip a sus otras dimensiones humanas? El problema parte cuando toma conciencia de ella en el contacto con otros niños. Sabemos de la proverbial crueldad de los niños que, sin la malicia que sería dable atribuir a un adulto, hacen mofa de compañeros con alguna diferencia física, y la de Philip es no sólo notoria sino también grotesca. La humillación que siente al ser blanco constante del ridículo, lo lleva a desarrollar una sensibilidad emocional exacerbada que le impide la integración social. Para darle solución a sus sufrimientos Philip se confía ciegamente en la promesa de Jesús: “Por eso les digo, todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo obtuvieron, y les será dado” (Mc 11, 24). Es así que, llegado el plazo impuesto a Dios y viendo que, después de orar y creer como un obseso, su pie sigue deforme, Philip desecha su fe. Finalmente, movido por el resentimiento, pretende hacer escarnio de su fatalidad a través de granjearse un futuro profesional a punta de poder mental y voluntarismo, sólo para descubrir que el tiempo avanza y él sigue donde mismo.

A lo largo de los años, Philip va tomando contacto con personas que si bien no tienen una anormalidad visible, como la suya en el cuerpo, la tienen en alguna de las otras dimensiones humanas no visibles pero no por ello menos fatales: su tío William posee un corazón duro que lo hace emocionalmente insensible; Fanny Price, la estudiante de arte, un defecto moral de baja autoestima; Griffiths, una sensualidad desbocada que le hace traicionar a sus amigos y humillar a sus conquistas; Cronshaw, el poeta, termina consumido por el alcohol ante la desesperanza de no encontrarle sentido a la vida; y finalmente Mildred, la más anormal de todas y según la conclusión del mismo Philip, simplemente estúpida.

El libro también nos plantea algunas pruebas de ingenio. Por ejemplo, ¿a qué autor español prefigura Miguel Ajuria, el modelo que posa desnudo en la academia de arte? O bien, ¿quién es el corredor de bolsa inglés que abandona los negocios para dedicar el resto de su vida a pintar?


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