martes, 22 de marzo de 2011

Viaje al fin de la noche, Louis-Ferdinand Céline

Las aventuras de un tal Ferdinand Bardamu, aprendiz de médico y alter ego del autor, son relatadas con maestría por Céline en este libro, reconocido como el más importante de la producción literaria del escritor francés. Cubre gran parte de la vida del protagonista, desde los veinte años hasta, estimativamente, los cuarentaitantos.
Pero ¿es este un libro de aventuras? Sí y no. Lo es en tanto relata lo que le ocurre al protagonista en sus viajes por la mitad del mundo, partiendo en París para ir a la guerra contra los alemanes, volver a París, ser dado de baja del ejército, ir a probar suerte en las colonias africanas, proseguir viaje a Nueva York y después a Detroit, y finalmente retornar a Francia vencido por la indiferencia de los norteamericanos y el aislamiento en una cultura que siente muy ajena.
No obstante, tampoco es un libro puramente de aventuras pues está cruzado de principio a fin por una mirada muy jugada del mundo, la vida y el hombre y por situaciones de alto dramatismo. De cada una de las cosas que vive, Bardamu nos deja alguna afilada reflexión. Para explicar el desconocimiento de lo que es pelear en una guerra nos dice que “se es virgen en el horror al igual como se es virgen en el sexo”. Él se reconoce un cobarde pero viendo el horror de la guerra tampoco encuentra razón alguna para no serlo más que la de estar poseído por la locura. Nos enteramos de la difícil sobrevivencia de un europeo en África, con un sol implacable, enfermedades espeluznantes, mosquitos sin tregua, mientras se es observado por negros imperturbables y pusilánimes. Sin embargo, Bardamu nos dice que “los cimientos de la colonización estuvieron amenazados por el hielo”, pues su introducción significó el auge del aperitivo lo que hizo a la postre flaquear el estoicismo de los colonizadores. Y de Norteamérica se maravilla de la altura de sus ciudades y del atractivo de sus mujeres, pero al mismo tiempo sufre por el aislamiento que le significa la indiferencia de la gente hacia el inmigrante y del constante ruido ambiente que impide la serenidad.


De vuelta en Francia y con la mitad del libro ya atrás, Bardamu se recibe de médico y comienza su práctica de la medicina, por propia voluntad, en un barrio pobre de París. Esta es la mejor parte del libro y la más emotiva, con situaciones dramáticas de violencia intrafamiliar, muchachas desangrándose por abortos más realizados, niños muriendo de tifus, planes para asesinar a la suegra, y en fin, otras muchas que se asoman al vértigo de la miseria humana.
Así y todo, el episodio más conmovedor del libro es el de Molly, la entrañable e inteligente prostituta de Detroit, quien inexplicablemente se enamora de Bardamu y se ofrece, por así decirlo, a unir su futuro al poco promisorio de él. A pesar de que toma ocho páginas de un relato de más de cuatrocientas, la fuerza emocional concentrada en ellas es tal que sentimos en carne propia la pena por la decisión de Bardamu y por la pérdida de la que quizás fuera su última oportunidad de salvar la vida. El mismo autor en un sentido homenaje, el único en el que abandona la narración para referirse a alguien desde el presente, le profesa a Molly su admiración, su amor, y le reconoce su propia estupidez por haberla abandonado “pensando en no malgastar su tiempo y ternura, como si quisiera guardarlos para algo magnífico, algo sublime, para después, pero no para Molly…”. A más de alguno se le escapará una lágrima.
Mención aparte merece el papel del sueño, del dormir, para el protagonista, de quien sospechamos es una de esas personas que entran en pánico si no logran conciliar el sueño rápidamente o si no duermen lo suficiente para recuperar energías. El tema del sueño aparece tratado en varias partes del libro, llegando incluso a ser definido como prerrequisito para la felicidad: “Si alguien te dice que es infeliz, no le creas sin más. Sólo pregúntale si puede dormir…Si puede, entonces todo está bien. Es todo lo que se necesita”.
¿Y Robinson? Robinson es el convidado de piedra, eterno aparecido, espejo de Bardamu, testigo y espectador de sus andanzas. ¿Son amigos? No, más bien cada uno es cómplice de la vida del otro, tentándose mutuamente a dar el siguiente paso.

Leyendo el libro se me vinieron a la memoria por lo menos otros cuatro que había leído antes: las correrías de Bardamu durante la guerra relatadas en la primera parte del libro me hicieron recordar la famosa e hilarante novela “El buen soldado Švejk” del checo Jaroslav Hašek; su dura e irreal experiencia en la jungla africana como parte de la colonización de esos territorios se asemeja mucho a lo relatado por Joseph Conrad en “El corazón de las tinieblas”; la vida deshumanizada de los inmigrantes pobres en las usinas automotrices de Detroit había sido relatada con dramatismo en “La Jungla” de Upton Siclair (aunque en ésta la industria era la de la carne en los mataderos de Chicago); y finalmente el abandono de Molly y el arrepentimiento de Bardamu por el resto de su vida nos trae a la memoria la idéntica decisión de Papillón y su posterior pesadumbre cuando abandona a su esposa goajira y su idílica vida con ella en el Caribe venezolano.

“Viaje al fin de la noche” es un libro fundamental pero con un final un poco decepcionante.

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