miércoles, 23 de febrero de 2011

En tierras bajas, Herta Müller

El cuento que le da el nombre a este libro, “En tierras bajas”, es el más largo de la selección de cuentos presentada en la publicación: toma un poco más de la mitad del total de páginas. Considerando que son quince relatos los incluidos, las páginas restantes albergan catorce relatos, unos cortos, otros muy cortos y algunos micro cuentos.
A pesar de que “En tierras bajas” no es el primer cuento sino el cuarto en la relación presentada en el libro, conviene leerlo primero pues sirve para entender quien es la narradora y quienes sus personajes de referencia, pues todos ellos son más o menos recurrentes en el resto de los relatos, y si uno entiende quiénes son y cuál es su rol, logra abordar un poco mejor los restantes cuentos.
La narradora es claramente una niñita de unos 12 años. Su personajes de referencia son en primer lugar su mamá, casi como una obsesión, y en segundo lugar su papá, abuela y abuelo.
La acción de todos los cuentos ocurre en un país no identificado, pero que sabemos es Rumania en tiempos de la dominación comunista, pues se nos revela en la contraportada del libro y lo podemos también inferir por las temáticas preferidas de la autora, premio Nobel de literatura 2009. Decir “acción” es una exageración ya que en general los relatos nos informan de cosas estáticas mediante descripciones de pueblos y sus gentes.



En el cuento principal, “En tierras bajas”, se ejemplifica la moral privada en la Rumania comunista: niños criados a punta de golpes, consumo excesivo de alcohol en los hombres, mujeres enjutas con prohibición de mirar hasta sus propios cuerpos desnudos y una nula esperanza en un futuro mejor. Pero también nos enteramos de cosas asquerosas, como las características de la caca que hace en el agujero común cada uno de los habitantes de la casa, o de cosas que de frentón nos hacen perder la paciencia, como la larga descripción de todas las escobas de mamá y sus usos.
Sin embargo son otros los relatos que nos dejan una impresión más duradera. En el cuento “El baño suabo” asistimos al baño de toda una familia, desde el crío de dos años en agua nueva y caliente, seguido por la madre, el padre, la abuela y el abuelo, todos usando la misma carga, sufriendo consecutivamente la suciedad acumulada y el enfriamiento del agua.
En el cuento “Mi familia”, no podemos reprimir una sonrisa al percatarnos de la promiscuidad familiar del pueblo, informada con un estilo jocoso y desaprensivo: “La otra gente dice que mi madre es hija de otro hombre y mi tío es hijo de otro hombre, pero no del mismo otro hombre, sino de otro. Por eso el abuelo de otro niño es abuelo mío, y la gente dice que mi abuelo es el abuelo de otro niño, pero no del mismo otro niño, sino de otro…” La palabra “otro” aparece en este cuento 33 veces, en una extensión de dos páginas y media, y de hecho es un recurso ingenioso y entretenido sólo porque el cuento es corto, que si fuera más extenso, ya nos quisiéramos matar.
Finalmente en el diminuto “Día laborable” asistimos a la disparatada mañana de una trabajadora entre que se levanta y arriba a su oficina. Nada está en su lugar y nada es lo que parece, infundiéndonos una temblor kafkiano: “Me levanto, me quito el vestido, lo pongo sobre la almohada, me pongo el pijama, voy a la cocina, me meto en la bañera, cojo la toalla, me lavo la cara con ella, cojo el peine, me seco con él, cojo el cepillo de dientes, me peino con él, cojo la esponja de baño, me cepillo los dientes con ella. Luego voy al cuarto de baño, me como una rebanada de té y me bebo una taza de pan.” Y así hasta enloquecer. Por suerte el cuento no dura mucho más.
El estilo narrativo utilizado por la autora carece de alma y emociones y en general se contenta con describir la realidad en forma críptica y desapegada. El resto de los cuentos son más absurdos e incomprensibles aún y es poca la paciencia que nos queda, por lo que avanzamos rápido para salir pronto de esto y poder leer otra cosa, no otra cosa de la misma autora, sino de otra.

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