viernes, 4 de febrero de 2011

El desierto de los tártaros, Dino Buzzati

Esta es la amarga historia de Giovanni Drogo, un joven militar cuya indecisión respecto a qué hacer con su carrera lo lleva a dilapidar los mejores años de su vida en una fortaleza limítrofe y aislada del mundo, esperando a un enemigo que nunca llega. Cuando ya está viejo y enfermo, y por lo tanto muy tarde, viene la tremenda reflexión que en su momento lo podría haber remecido y hecho tomar las riendas de su destino: “Una ira tremenda se arremolinó en el pecho de Drogo. Él, que había tirado las mejores cosas de la vida para esperar a los enemigos, que desde hacía más de treinta años se había alimentado con esa única fe…”. También: “Hace más de treinta años que estoy aquí, esperando…He dejado escapar mucha ocasiones…”. Y la más terrible, “…pero después de todo estaba solo en el mundo y, salvo él mismo, nadie más lo amaba”.
Podría decirse que esto es justamente lo que tenemos que evitar nos ocurra con nuestras vidas: dejar pasar miserablemente el tiempo sin tomar ninguna decisión consciente respecto a nuestra vocación, sin reflexionar respecto a cuál es el lugar en el mundo en que haremos la mayor contribución y respecto a la dirección de nuestra carrera profesional.


El libro parte con un Drogo muy joven, de unos veinte años, recién nombrado oficial y con una destinación militar inusual y ominosa: la Fortaleza Bastiani, último bastión de la defensa del territorio, lugar aislado y abandonado por el Alto Mando militar. No se nos dice cómo fue que Drogo decidió ingresar a la Academia Militar, si tenía las condiciones y motivaciones adecuadas para esa vida, pero sí que desde el mismo inicio de su realidad de oficial, ya albergaba serias dudas respecto a su destino: “…pero sobre todo eso pesaba una insistente idea, que no conseguía identificar, como un vago presentimiento de cosas fatales, como si estuviera a punto de iniciar un viaje sin retorno”.
La lección que debemos extraer de este relato es la de evitar la pusilanimidad en lo que concierne a nuestra vocación, la del peligro que reviste la complacencia de la propia juventud, de confiarse en que somos todavía siempre jóvenes y tenemos todo el tiempo por delante para decidir en qué invertir nuestras energías y esperanzas. La verdad es que el paso del tiempo es inclemente, sicológicamente se acelera entrada la primera adultez, y debemos estar atentos a guiar nuestro destino hacia los derroteros que le darán mayor sentido a nuestras vidas. Giovanni Drogo no lo hizo a tiempo, no se ayudó para que entonces Dios lo ayudara, y concluyó su vida con un sentimiento aciago, con ese ensimismamiento que nadie querría para sí mismo ni para aquellos a quienes amamos: “No conseguía liberarse de aquel vago atontamiento, semejante a una niebla; … quizá simplemente el dolor de ver acabada miserablemente su vida. Ya no le importaba nada, absolutamente nada”.
A pesar de ser un relato que en su conjunto es triste, el libro no produce agobio, se lee con agrado y fluidez e irónicamente termina con una sonrisa.

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