lunes, 7 de febrero de 2011

Estupor y temblores, Amélie Nothomb

Esta es una historia de crueldad y humillación en el trabajo. El hecho de que transcurra en una empresa en Japón no le quita universalidad: todos hemos vivido o sabido de cosas similares en nuestros trabajos o en el de algún conocido. La diferencia es que en esta novela el asunto se lleva a un extremo de patetismo rayano en la comicidad.
Amélie, una joven de unos 20 años, nacida en Japón de padres belgas y con una inclinación romántica hacia la belleza y cultura del país del sol naciente, se contrata por un año en una gigantesca empresa japonesa, prototipo de la organización nipona eficiente y férreamente jerarquizada, a la que ella bautiza con el nombre ficticio de Yumimoto. En su primer día de trabajo, saliendo del ascensor en el piso 44, donde estaría ubicado su escritorio, se enfrenta embobada a un gran ventanal desde donde contempla abajo la extensión de la ciudad perdiéndose en el horizonte. Este espectáculo captura su imaginación completa sin dejarle espacio para imaginarse el calvario que empezaría prontamente a vivir.


El primer síntoma avizor de tal designio es la comprobación de Amélie, después de los primeros días, de no saber cuáles serían sus funciones: “Seguía sin saber cuál era mi misión en la empresa; pero no me importaba”. Y también: “Los días transcurrían y yo seguía sin servir para nada. Aquello no me molestaba demasiado”. Es verdad que el relato está escrito en clave levemente cómica, pero no podemos más que identificar la poca importancia que Amélie le da al hecho de pasar los días en la inanidad como una causa de la serie de humillaciones a la que sería inmisericordemente sometida. La señal que ella daba de despreocupación por la valía de su contribución a la empresa y la constatación de sus jefes y colegas de tal situación, dan pie a que ocurra aquello. Es así como Amélie pasa de redactora de cartas a servidora de tés y cafés a correctora de cifras de gastos de viajes a, finalmente, limpiadora de los baños públicos del piso, de damas…y también de varones! Más bajo que eso ya no podía caer.
En el trabajo es muy importante conocer el valor de nuestro aporte, tener conciencia de las tareas realizadas y de los logros obtenidos. Esto nos da un sentido de dirección que es vital para ganarse el respeto tanto propio como de los demás e ir sentando las bases para el avance de nuestra carrera profesional. No se sugiere que debamos solicitar se nos defina rígidamente la función a desempeñar, pues siempre es recomendable tener flexibilidad para contribuir en diferentes tareas y áreas, sino más bien que debemos asegurarnos que nuestro potencial laboral pueda manifestarse, ser aprovechado y desarrollarse.
Al principio intenta Amélie encontrar su lugar en Yumimoto cuando por propia iniciativa realiza un informe de negocios para otro departamento que es muy bien evaluado. Sin embargo se topa con la inflexible cultura organizacional de la empresa que interpreta la contribución de empleados a otras áreas como intentos de sobrepasar al jefe directo en el ascenso dentro de la compañía. Este evento marca el distanciamiento con su jefa directa, quien desde ese instante comienza a imponerle a Amélie una escalada de humillaciones hasta convertirla en aseadora de baños. De esto se desprende una segunda lección: está muy bien asimilarse a la cultura corporativa de la empresa en la que trabajamos pero otra cosa es asistir impávidos a injusticias, degradaciones y autoritarismos exacerbados. Si no estamos atentos podríamos terminar así: “¡Pobre señor Saito! A pesar de su relativa ascensión profesional, era un nipón entre miles, a la vez esclavo y torpe verdugo de un sistema que sin duda no le gustaba pero que nunca denigraría, por debilidad o falta de imaginación”. El equivalente a una rendición profesional y personal al servilismo corporativo.
Una tercera lección que podemos extraer de esta entretenida y recomendable novela es la de la conveniencia de tener un plan alternativo a la actividad que estamos realizando. Amélie lo tenía en la escritura de sus manuscritos, apenas mencionados en el relato, a los que se aboca una vez fuera de la empresa, y que le dan realización profesional al transformarse en exitosa escritora de novelas. Esta actividad es la que finalmente le granjea el reconocimiento de su esquiva y malvada jefa nipona y la hace feliz. Es una fantástica reivindicación personal.

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